Hay tres preguntas que toda organización debe hacerse para poder avanzar con consistencia: ¿De dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? y ¿Quiénes somos?
Cada una de ellas es abordada con una lente distinta, como si de los ojos de tres profesionales diferenciados se tratara.
Para la primera hemos de ponernos en la mirada del historiador. Este explora, indaga y se hace preguntas sobre el pasado de la empresa para poder comprender su presente. Se pasea por los momentos significativos de la fundación o de los primeros años de historia para conocer qué pasó, quiénes estuvieron, qué se decidió, qué resultados se obtuvieron. O analiza algunos “artefactos” históricos en forma de fotos, objetos o textos que son vestigios tangibles del pasado. De todo ese análisis se puede comprender los valores que la empresa ha ido practicando y que son los de verdad, los que están en uso y no los que se declaran en los powerpoints.
Para la segunda se pone en los zapatos del estratega. A través de este se hace conocedor experto del entorno de la empresa y de las oportunidades y amenazas que en él se manifiestan. Usa mapas estratégicos para pergeñar escenarios, definir objetivos a largo plazo y anticipar caminos que se dirijan hacia ellos. Analiza posibilidades y cuida de tensionar hacia el futuro innovando a la vez que conserva aquello que la empresa considera inmutable.
Y, finalmente, para la tercera asume el rol de antropólogo. Éste es el profesional que estudia la comunidad de personas que forman la organización y sabe distinguir aquello que la diferencia de otras a la vez que la singulariza.
Es la mirada del antropólogo la que nos acerca a comprender la identidad de la organización y que se esconde detrás de dos preguntas fundamentales:
- ¿qué es aquello que hacemos de manera singular y única?
- ¿cuál es nuestra contribución fundamental a los stake holders con los que nos relacionamos.
En la historia del management la distinción entre la Visión, la Misión y el Propósito es todo un clásico. Muchas organizaciones tienen una definición para cada una. Suele ser una relación de buenas intenciones dictadas por la alta dirección, que a veces no conecta ni con la realidad operativa ni con el sentir de los colaboradores. A veces son definiciones insuficientes que no recogen el potencial de lo que define lo que realmente son, su centro de gravedad. A veces, no son compartidas por esas mismas personas.

- Cuando las organizaciones se enfrentan a un entorno volátil sin contar con una sólida definición de lo que son y lo que las hace únicas, o si sus principios rectores no reflejan su realidad o no son compartidos, las respuestas esperables serán reactivas y poco consistentes.
La Identidad consiste en explicitar aquello que hace que una empresa sea única, distinta y distinguible de las demás. Un relato sintético que, al ser contado, muestra quién ha sido, quién es y quién quiere llegar a ser la organización, y que se materializa a través de todos los vehículos imaginables para entregar valor al mercado (productos, servicios, soluciones…).
En este sentido la Identidad es un concepto previo y subyacente al Propósito, la Misión y la Visión. Dos organizaciones podrían tener la misma misión y visión del mundo en el futuro, pero pueden hacerlo sin compartir una misma identidad. Eso es lo que las convierte en protagonistas únicas de cada propósito.
Para encontrarla el antropólogo organizacional hace un trabajo de deconstrucción. Es decir la hace emerger y la define para que pueda se pronunciada y tomada por los miembros de la organización. No es una construcción ni la plasmación de un deseo es, simplemente, lo que ya es visible en todos los ámbitos de entrega de valor pero que hasta ese momento no se ha manifestado en su forma más poderosa.

Ahora bien, la función esencial de la identidad al hacerse visible es proporcionar un punto de apoyo, un centro de gravedad desde el cual la organización actúa entrega valor y se expande hacia nuevos campos de valor.
La identidad aporta consistencia ante los exigentes embates del entorno. Proporciona un anclaje que evita que las acciones de la organización sean reactivas y desconectadas. Facilita que haya un punto de conexión congruente entre lo que se es, lo que se decide y lo que se hace.
En palabras de Sergio Krupatini, Consultor en complejidad y referente de Total Value Management: “Frente a los movimientos impredecibles y hasta violentos de la realidad, la identidad ofrece un punto de apoyo y de referencia, un centro de gravedad para la acción. Para actuar en complejidad con mayor efectividad necesitamos un punto estable para guiarnos y no constituirnos así en frenéticos reactivos frente a los innumerables estímulos que aparecen en nuestro horizonte. La identidad no es un concepto definitivo e inmutable, sino que constituye un núcleo de sentido más estable, de mayor densidad conceptual que las variables estratégicas que dispara”
Puede que la Visión y la Misión nos marquen horizontes que alcanzar. Y puede el Propósito nos llene de energía para avanzar hacia ellos. Pero, al final de todo, si no sabemos responder a la pregunta de quiénes somos esencialmente como organización, simplemente seremos un actor más danzado la música que nos marca el entorno desconectados de nuestra singularidad y de nuestra contribución significativa.
Necesitamos invertir tiempo en decodificar nuestro centro de gravedad.
En él se encuentran claves poderosas para ampliar nuestra capacidad de crear valor con consistencia. Y eso, en estos tiempos, is a must.